Si las novelas surgen de los intereses, vivencias y convicciones (o dudas) de sus autores, seguramente sean en este caso el tiempo y el cariño compartidos con sus familiares, la experiencia profesional, el compromiso social y político y la sensibilidad literaria de Esther López Barceló los que se han concretado en una obra que merece ser leída. En tiempos difíciles como los actuales, lo que nos cuenta aporta cierta esperanza de que no se pierdan los avances logrados en las últimas décadas, como la Ley de la Memoria Histórica que se aprobó el mismo año en que transcurre parte del relato.
Las diferentes líneas temporales y la multiplicidad de protagonistas -una estructura compleja que la autora convierte en sencilla para los lectores- se muestran como recursos necesarios para reflejar la realidad de historias que, pese al tiempo transcurrido, siguen activas en el ahora. Esta influencia en el presente del pasado -aunque los personajes lo desconozcan, quizá aún en mayor medida por eso- se concreta, por ejemplo, en la transmisión entre generaciones de habilidades y somatizaciones.
«¿Qué será de nuestras lápidas cuando ya no quede nadie que nos recuerde?»
Cuando ya no quede nadie aborda las relaciones entre memoria y silencio, recuerdo y olvido, relato y omisión; la necesidad de saber enfrentada a los secretos familiares y a la invisibilización por parte de la historia oficial. Al leerla, conectaba con la definición de memoria familiar que hace Robert Neuberger (1995): "un proceso de selección de aquello que es conveniente olvidar, con el fin de sostener, mantener y transmitir el mito de un grupo familiar". El psiquiatra francés afirma que, para asegurar una identidad familiar, intentamos evitar elementos que singularizan demasiado, como una particularidad relacionada con el contexto social y político.
Si el yayo perdió su memoria, habrá que salir a buscarla.
El sentido de la memoria histórica se encarna con claridad cuando recoge una asamblea de familiares que luchan por la exhumación de fosas. Para sus miembros se trata, ante todo, de un imprescindible homenaje a las personas asesinadas y una forma de cerrar el círculo de la historia familiar y las heridas abiertas. Y, junto a otros personajes (Gabriel, Lucía, Pilar, Miguel) nos muestran la necesidad de narrar para crear lazos que posibiliten el encuentro.
-No, si a mí me gusta hablar de mi madre. Me duele, pero al mismo tiempo me hace bien. Necesito que todo el mundo sepa de ella, porque si yo me muero y mis hijas tampoco consiguen sacarla, tiene que haber alguien que siga intentándolo hasta el final. Me da mucho miedo que se la olvide cuando ya no quede nadie. Me da mucho miedo que se quede en la cuneta tirada para siempre, como si fuera un perro, como si no la hubiera querido nadie nunca.
Narrar, también, desde el género. Aquí vemos la importancia de contar desde las mujeres, como vía necesaria para recoger sus formas de sobrevivir económicamente y sostener a la familia, las dificultades para formarse, el dolor de la menstruación, los embarazos, abortos y partos. Al mismo tiempo, presenta varios modelos de marido y padre, sin caer en los tópicos del héroe y sin identificar automáticamente militancia política y conducta en el ámbito privado o en las relaciones de pareja. También reconoce el inevitable lugar de la muerte en nuestras vidas, algo que actualmente tendemos a invisibilizar. La habilidad de Barceló para transmitir emociones e ideas sin necesidad de ser explícita late en los cuerpos y objetos llenos de significados, cruciales en la trama de intriga que recorre su novela.
Por último, destaca otro aspecto a veces olvidado: la importancia de las condiciones materiales de vida. La guerra civil española no fue (solo) un enfrentamiento entre ideologías, sino entre quienes tenían el dinero o el poder y los que no. Se ve muy claro cuando Pilar ocupa los espacios en los márgenes, los que nadie quiere, porque cree que no tiene derecho a más...
En definitiva, una novela llena de información, emoción e historia, con un lenguaje cuidado, como ejemplifica la primera frase, que describe a la protagonista desde lo que vive como pérdidas... a las que se van sumando otras, pero que se convertirán en recuperaciones durante su viaje:
Ofelia tiene el pelo cano, cuarenta y siete años, un dolor ciático que viene y va, y un padre muerto hace media hora.