22 de noviembre de 2017

Las manos de mi madre

Karmele Jaio, Las manos de mi madre. Ed. Ttarttalo, 2008.

¿Cuántas buenas autoras y autores me quedan por descubrir? Karmele Jaio era, hasta hace pocos días, una de ellas...

Las manos de mi madre rebosa de belleza, ideas y significados. Al mismo tiempo, está construida con un lenguaje en apariencia sencillo por la facilidad con que nos guía durante la lectura, por cómo se suceden sin esfuerzo las palabras (¡y qué difícil es conseguir ese efecto!). Primera novela de una poeta, entremezcla hábilmente las sensaciones y los pensamientos con el entorno físico en que se generan; en especial, me ha gustado cómo refuerza la exposición de sentimientos a través de metáforas físicas:

«Y que, como le ocurre a todo el que es consciente de que va a hacer una locura, siento corrientes de agua en mi interior, de un lado al otro, siento olas golpeando contra mi corazón, y me da la impresión de que la espuma que crean me va a salir por la boca en forma de palabras. Y, de repente, todo lo que me rodea adquiere formas redondeada, no hay bordes, no hay esquinas.»

Las mujeres protagonizan la trama -ellas son quienes hablan y toman decisiones- y cada personaje tiene elementos en común con otros: Luisa y Nerea son, en diferentes momentos de sus vidas, madre e hija, cuidadora y objeto de cuidado; Dolores y Maite constituyen el apoyo de Luisa y Nerea; Germán y Carlos representan el primer amor roto de forma dolorosa... Sus relaciones ejemplifican experiencias personales y dinámicas familiares universales y, sobre todo, muestran cómo influye el pasado en nuestras vidas, tanto aquello que recordamos como lo que se desconocía y es descubierto.

«Seis mujeres miran a la cámara y sonríen, inmersas en un universo en blanco y negro. Acerco la fotografía a la mano de mi madre e, igual que los recién nacidos se agarran al dedo que les toca la mano, mi madre toma la fotografía en su mano, como por un acto reflejo, como por inercia. Igual que Maialen tomó mi mano al poco de nacer.»

Nerea, la narradora, una periodista que toma conciencia de cómo el frágil equilibrio de su vida está en peligro, nos desvela por completo sus pensamientos, a veces recurrentes -hay muchos elementos que se repiten a lo largo del texto, como hilo conductor de la evolución de la protagonista-. Y también demuestra que el cambio es inevitable -«La que guarda en su recuerdo ya no existe», nos advierte- pero que podemos liberarnos del miedo y crecer. Para conocer cómo lo consigue, y para emocionarnos junto a ella, basta con sumergirse en este libro. Al finalizar, uno se pregunta qué será de Maialen, la tercera generación de esta familia de la que hemos formado parte, siquiera como testigos, durante ciento cincuenta páginas.