9 de septiembre de 2018

La residencia de estudiantes

Yoko Ogawa, La residencia de estudiantes. Ed. Funambulista, 2011.
«- Sí, vivir quizá sea lo más parecido a la sensación que tenemos cuando perdemos algo.»
«- Si te surge cualquier cosa, házmelo saber. Si te quedas sin dinero, si enfermas, si te pierdes…
- ¿Si me pierdo?
»
Pérdida, soledad, incertidumbre, silencio... Los protagonistas de esta novela breve giran en torno a un vacío relacionado con el cambio.

Al inicio del relato, la narradora espera el día en que abandonará Tokio para acompañar a su marido en Suecia. Mientras tanto, vive un tiempo entre paréntesis, que ocupa en actividades sin un fin concreto.

Tras muchos años sin relación, su primo contacta con ella para que le ayude a encontrar alojamiento en la ciudad donde comenzará la universidad. En un diálogo entre ambos, relaciona la «tensión en el pecho» que le genera este cambio con sus experiencias previas de pérdida.

Por último, el director de la residencia donde ella se alojó y que acoge al joven padece una degradación física paralela al del edificio aunque, como éste, lucha por sobrevivir.

Ninguno parece capaz de explicar con precisión qué le sucede. La indefinición se extiende a la naturaleza de la residencia y al pasado y motivaciones del anciano sensei. Ogawa sabe amplificar ese clima, ambiguo e inquietante, al presentar  elementos sin límites claros que contrastan con una estructura narrativa sencilla, un lenguaje exacto y algunas descripciones muy vivas. Por ejemplo, no hay nombres propios y se multiplican las referencias a zonas borrosas, cristales velados por la oscuridad y la lluvia, reflejos más definidos que el objeto original; al mismo tiempo, el marido ausente envía cartas plagadas de instrucciones concretas y la mirada se demora en los más pequeños detalles de una habitación.

La autora más vendida del Japón actual  fusiona con habilidad referencias muy distintas. Al unir elementos físicos con la sensación que generan recupera el tradicional mono no aware nipón. El detalle con que aparecen descritos los cuerpos y su potencial como objetos de un deseo obsesivo recuerda a Junichiro Tanizaki (La llave, Tatuaje). La presencia constante de lo irreal y lo extraño como marco que envuelve todo recuerda a su contemporánea Banana Yoshimoto (Amrita, Sueño profundo).

Pero lo que convierte esta novela de Yoko Ogawa en una obra a valorar más allá de su éxito comercial es la capacidad para seguir las convenciones del género de terror -tensión creciente, elementos recurrentes e insidiosos, personajes ausentes, casi fantasmales, pero con presencia en la obra- y abandonarlas en el momento justo, sustituyendo un final clásico por otro de carácter más simbólico y sugerente. Como las mejores historias, La residencia de estudiantes se queda rondando en la memoria y plantea preguntas que nos hacen mirar la realidad de otra forma.

13 de agosto de 2018

Deseos (Grace Paley)

Hace poco más de un año me acerqué por primera vez a los Cuentos de E. Hemingway y descubrí que entre sus mejores obras están los relatos más breves: Gato bajo la lluvia (1925), Colinas como elefantes blancos (1927) y El viejo en el puente (1938). Desde entonces, aprecio mucho más a quienes son capaces de expresar tanto en muy poco espacio, de crear historias, mínimas en lo externo pero amplias en significados, que se quedan rondando en la memoria días después de leerlas... Ahora, como efecto colateral e indeseado, sospecho de quienes parecen necesitar cientos de páginas o incluso varios volúmenes para expresar algo. Qué le voy a hacer.


Como su compatriota, Grace Paley presenta en Deseos (1974) sucesos aparentemente sin importancia -la devolución de dos novelas a la biblioteca, el encuentro casual de un antiguo matrimonio- que se convertirán para los lectores en ventanas abiertas a una realidad mucho más compleja y profunda. La autora es capaz de mostrar, en solo tres páginas, el carácter y motivaciones de los protagonistas y la dinámica de su relación durante casi treinta años.

Y si en lo narrado se pasa de la anécdota a lo general, también el estilo encierra otros significados. El relato está construido desde la oralidad, como si estuviésemos escuchando el monólogo de una ama de casa norteamericana de clase media; ella misma nos señala cómo "soy (...) conocida por mis comentarios afables". Esa sensación de informalidad se refuerza por la ausencia de guiones de diálogo, pero la apariencia superficial es muy distinta a la realidad: el relato sustituye progresivamente los comentarios sobre lo cotidiano por confesiones amargas, reflexiones inteligentes e, incluso, un tono lírico ("los pequeños sicomoros que la ciudad había plantado soñadoramente").

Entonces, ¿de qué nos habla Deseos a nosotros, convertidos en interlocutores privilegiados de  la narradora, a la que conocemos mejor que sus maridos y vecinos? Del paso del tiempo -hay referencias constantes a lo largo del relato-, de cómo lo llenamos con anhelos a veces invisibles para los demás, del modo en que nuestras expectativas nos separan y de que quien más parece desear es, a veces, el que tiene deseos más banales.

Los libros que entrega en la biblioteca actúan como una poderosa metáfora. Quizá no es casual que se trate de dos novelas de Edith Warton, una autora que criticó las convenciones sociales de su época a través de una prosa sencilla e irónica. Si ha necesitado que la acompañasen durante muchos años, el acto de llevarlos a la "nueva biblioteca", donde la encargada "se echó a la espalda mi pasado, dejó limpio mi expediente" puede representar un primer paso hacia un cambio vital más profundo.
Quizá el impulso inicial -la contemplación de unos árboles que han crecido a la vez que sus hijos y que "habían llegado a su plenitud"- la ha permitido reconocer el fin de los lazos que la ataban, máxime cuando ni sus maridos tienen "suficiente carácter para toda una vida".

Como en varios de los cuentos de Hemingway, solo podemos especular sobre qué decisiones tomará la protagonista. En este caso, me gusta imaginar que hará como Grace Paley, una destacada activista política, defensora de los derechos civiles y comprometida feminista y pacifista. A fin de cuentas, el relato se incluye en el libro Enormes cambios en el último minuto (1974)...

Después de leer Deseos, los Cuentos completos y la recopilación de textos La importancia de no entenderlo todo han entrado ya en la lista de autoras a explorar. Con su visión ácida e irónica sobre las apariencias de una pequeña comunidad norteamericana, no dejo de pensar en que este relato podría haber sido la madre putativa de series como Desperate Housewives o Big Little Lies :-)


1 de enero de 2018

Los huesos del invierno

Daniel Woodrell, Los huesos del invierno. Alba Editorial, 2013.

Qué malas son las etiquetas. Y qué buenas las obras capaces de superarlas.

Los huesos del invierno lo consigue: está construida con los elementos del canon de la novela negra, pero hilvanados de una forma que rompe con lo habitual y en un contexto que los dota de nuevas significaciones... O, mejor dicho, que recupera y actualiza su esencia básica, la de Hammett, Chandler y McDonald.

El detonante de la historia es la búsqueda de un delincuente desaparecido antes de su juicio. La estructura del relato combina diálogos ágiles -donde no faltan los duelos verbales y las amenazas- y acción -con armas implicadas y más de un golpe-. La protagonista que ejerce como detective es una mujer dura, capaz de hacer caso omiso a las continuas advertencias para abandonar el caso. Planea constantemente la sensación de que existe algo mucho más gordo detrás de lo que vemos; como lectores, pronto comenzamos a sospechar que hay relaciones ocultas entre los personajes, alianzas y enfrentamientos invisibles para quienes no forman parte de esa red. Es imposible estar seguros de quién ayuda de manera desinteresada y quién esconde otros intereses, quién dice la verdad y quién miente.

Y, también como en el relato negro clásico, importa menos la resolución del caso -esta no es una "novela problema", donde el ingenio encaja las piezas del enigma- como el retrato del contexto social donde transcurre. La investigación es la oportunidad para describir las disfunciones de un mundo capaz de generar un crimen así, de las dinámicas que convierten a todo un grupo social en víctimas sin esperanza en un futuro digno, da igual que sean inocentes o culpables, que sufran dolor o lo causen.

Ese es uno de los tres elementos que convierten la novela en algo especial: la capacidad para reflejar con realismo un entorno humano muy distinto a la sociedad ideal en la que nos gusta creer que vivimos (1). El segundo es el inteligente uso del lenguaje, igual de eficaz a la hora de hacernos sentir el frío del invierno en la meseta de Ozark (Missouri), explorar la mente de sus personajes,  generar tensión u ofrecernos momentos de verdadera poesía.

El tercero, por supuesto, es Ree, la protagonista, una joven de dieciséis años que ha abandonado los estudios y aspira a alistarse en el ejército como tabla de salvación. Mientras espera ese oportunidad, protege a una madre enferma y, consciente a su pesar de que libra una batalla perdida de antemano para salvar a sus dos hermanos pequeños de un futuro violento, intenta darles las herramientas para ser autónomos (cocinar, asear a su madre, disparar a las ardillas e, implícitamente, a las personas que se acerquen demasiado a su casa). Asistimos a sus sueños y anhelos, a su lucha interna entre la necesidad de encontrar una vida mejor y la lealtad a la familia, a una sutil historia de amor y deseo. E inevitablemente admiramos su valentía y obstinación, rogamos para que no le pase nada malo -maldita niña testaruda- y deseamos que pueda alcanzar un futuro mejor a aquel para el que parece predestinado todo su entorno.

Los huesos del invierno es pura novela negra. También una de las primeras obras del country noir, como defiende su autor. Pero lo importante es que se trata de una obra literaria digna en sí misma, sin necesidad de más etiquetas.

(1) Una autenticidad que, por cierto, se echa de menos en muchas de las actuales novelas policíacas de consumo. Demasiadas veces parece que los autores más vendidos repiten una fórmula estandarizada: elegir un tema de actualidad y volcar artificialmente en el relato la información que han recopilado.