10 de diciembre de 2010

Botchan

El director sacó entonces un reloj de uno de sus bolsillos, le echó un vistazo y me dijo que, aunque ya habría tiempo suficiente para informarme con detalle de cuáles serían mis cometidos en la escuela, no quería dejar pasar ese momento sin comentarme los puntos más importantes. Comenzó entonces una larga y pesada perorata sobre el espíritu de la educación. No había forma de librarme de aquel discurso y, mientras lo escuchaba, me reafirmé en la sensación de que había ido a aterrizar en el lugar equivocado. Pronto me dio por sospechar que no iba a poder cumplir lo que se esperaba de mí. (...) Todo aquello era más de lo que razonablemente se podía esperar de alguien tan imprudente como yo (...) Si este trabajo exigía tantas cualidades, antes de contratarme habían debido advertirme. No me gusta mentir, así que no me quedaban muchas salidas. Debía enfrentarme a la situación, aceptar que mi presencia allí se debía a un malentendido, presentar mi dimisión inmediata e irrenunciable y volver a casa (...)
- No creo estar a la altura de sus expectativas -le dije-. Debo devolverle el contrato.
El director guiño entonces los ojos, como saliendo de su letargo de mapache, y me miró en silencio por unos instantes. Luego comenzó a reírse.
- ¡Lo que le he descrito es únicamente un ideal! Sé que no será capaz de alcanzarlo, aunque se lo proponga. No debe preocuparse.
Pero si era como él decía, ¿para qué me había echado entonces ese discurso?
Natsume Soseki, Botchan (1906)

Algunos enunciados de misión, visión y valores son redactados por una sola persona y utilizados únicamente como herramienta publicitaria. Así, este episodio puede repetirse más de un siglo después en muchas empresas. Aunque casi nadie actúe como este joven profesor: falta valentía o, al menos, inocencia.

Lo importante

Hace una hora. A mi lado, frente al mostrador, una anciana coge prestadas tres novelas y las dos películas que el bibliotecario le ha recomendado.

Cuando él le pregunta cómo está, contesta con tristeza en la voz, el cuerpo y la mirada:

- Mucha soledad. Pero así es la vida.

Al despedirse, solo se me ocurre ayudarla a abrir la puerta. No es lo que ella necesita.

Mientras me duele su tiempo, pienso qué quiero.