29 de junio de 2011

Harold March fue a la universidad

Últimamente he visto trabajar a varios jóvenes recién salidos de la universidad. Hemos hablado acerca de sus expectativas, las ideas que les mueven, qué consideran importante y cómo valoran su propio desempeño.

Por supuesto, necesitan muchas más oportunidades para ensayar, acertar y equivocarse, aprender habilidades para la intervención social y descubrir su propio estilo de relación profesional. ¿Acaso no nos pasa a todos lo mismo, siempre?

Sin embargo, hay algunas conductas generalizadas (por suerte, no universales) que me preocupan: la falta de reconocimiento de sus propios límites, la tendencia a responsabilizar a los clientes de cualquier resultado negativo, la autocomplacencia y poco sentido crítico hacia sí mismos...

Quizá sea resultado de la época en la que vivimos. Pero, sobre todo, creo que muestra las carencias de la educación universitaria. Algo falla cuando alumnos con un diez en las prácticas resultan mucho menos hábiles, flexibles, interesados por el cliente y faltos de iniciativa que otros con una nota menor.

Y algo importante falta cuando no se les proporciona un acompañamiento auténtico ni una verdadera supervisión educativa. ¿Qué valoran los docentes universitarios? ¿Qué se atreven a mirar? Por los resultados, parecen fijarse solo en los trabajos que presentan sus alumnos y no en el análisis de su labor, de los conflictos y dificultades que surgen, de sus respuestas y estilos de afrontamiento.

Así, los alumnos se ven inmersos en un sistema que evalúa y no enseña, premiando a quienes se adaptan con más facilidad a un modelo muy diferente al que encontrarán en su vida profesional.

Por eso, me recuerdan a un personaje de G.K. Chesterton en El rostro en la diana (publicado en El hombre que sabía demasiado, 1922):
Harold March, por su parte, pertenecía a esa clase de hombres que saben todo lo que hay que saber sobre política pero nada acerca de los políticos, además de ser poseedor de unos notables conocimientos sobre arte, letras, filosofía y cultura general (acerca, en fin, de casi todo excepto del mundo en el que vivía).

13 de junio de 2011

Nietzsche, Nicholas Carr e Internet

Quizá Nicholas Carr, el autor de Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011) ha leído a Nietzsche. Al menos, hace referencia a un episodio de su vida para ilustrar cómo la herramienta modifica el mensaje.

Si no, le encantaría descubrir este texto:
Están ellos sumergidos en ilusiones y fantasmagorías; su mirada no hace más que deslizarse sobre la superficie de las cosas, percibiendo "formas"; su sentir no conduce en parte alguna a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos y entretenerse, como si dijéramos, con un juguetón tanteo del lomo de las cosas.
Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873)

Aunque, seguramente, el filósofo hubiese tenido mucho éxito publicando sus aforismos en Twitter ...