1 de enero de 2018

Los huesos del invierno

Daniel Woodrell, Los huesos del invierno. Alba Editorial, 2013.

Qué malas son las etiquetas. Y qué buenas las obras capaces de superarlas.

Los huesos del invierno lo consigue: está construida con los elementos del canon de la novela negra, pero hilvanados de una forma que rompe con lo habitual y en un contexto que los dota de nuevas significaciones... O, mejor dicho, que recupera y actualiza su esencia básica, la de Hammett, Chandler y McDonald.

El detonante de la historia es la búsqueda de un delincuente desaparecido antes de su juicio. La estructura del relato combina diálogos ágiles -donde no faltan los duelos verbales y las amenazas- y acción -con armas implicadas y más de un golpe-. La protagonista que ejerce como detective es una mujer dura, capaz de hacer caso omiso a las continuas advertencias para abandonar el caso. Planea constantemente la sensación de que existe algo mucho más gordo detrás de lo que vemos; como lectores, pronto comenzamos a sospechar que hay relaciones ocultas entre los personajes, alianzas y enfrentamientos invisibles para quienes no forman parte de esa red. Es imposible estar seguros de quién ayuda de manera desinteresada y quién esconde otros intereses, quién dice la verdad y quién miente.

Y, también como en el relato negro clásico, importa menos la resolución del caso -esta no es una "novela problema", donde el ingenio encaja las piezas del enigma- como el retrato del contexto social donde transcurre. La investigación es la oportunidad para describir las disfunciones de un mundo capaz de generar un crimen así, de las dinámicas que convierten a todo un grupo social en víctimas sin esperanza en un futuro digno, da igual que sean inocentes o culpables, que sufran dolor o lo causen.

Ese es uno de los tres elementos que convierten la novela en algo especial: la capacidad para reflejar con realismo un entorno humano muy distinto a la sociedad ideal en la que nos gusta creer que vivimos (1). El segundo es el inteligente uso del lenguaje, igual de eficaz a la hora de hacernos sentir el frío del invierno en la meseta de Ozark (Missouri), explorar la mente de sus personajes,  generar tensión u ofrecernos momentos de verdadera poesía.

El tercero, por supuesto, es Ree, la protagonista, una joven de dieciséis años que ha abandonado los estudios y aspira a alistarse en el ejército como tabla de salvación. Mientras espera ese oportunidad, protege a una madre enferma y, consciente a su pesar de que libra una batalla perdida de antemano para salvar a sus dos hermanos pequeños de un futuro violento, intenta darles las herramientas para ser autónomos (cocinar, asear a su madre, disparar a las ardillas e, implícitamente, a las personas que se acerquen demasiado a su casa). Asistimos a sus sueños y anhelos, a su lucha interna entre la necesidad de encontrar una vida mejor y la lealtad a la familia, a una sutil historia de amor y deseo. E inevitablemente admiramos su valentía y obstinación, rogamos para que no le pase nada malo -maldita niña testaruda- y deseamos que pueda alcanzar un futuro mejor a aquel para el que parece predestinado todo su entorno.

Los huesos del invierno es pura novela negra. También una de las primeras obras del country noir, como defiende su autor. Pero lo importante es que se trata de una obra literaria digna en sí misma, sin necesidad de más etiquetas.

(1) Una autenticidad que, por cierto, se echa de menos en muchas de las actuales novelas policíacas de consumo. Demasiadas veces parece que los autores más vendidos repiten una fórmula estandarizada: elegir un tema de actualidad y volcar artificialmente en el relato la información que han recopilado.