12 de enero de 2014

Entrevista a David Mazzucchelli (traducción)

Tras la publicación en Francia de La geometría de la obsesión, volumen que reunía tres historias de David Mazzucchelli aparecidas en su revista Rubber Blanket, pastis.org recogió una entrevista al autor realizada por Ambre y Jean-Philippe Garçon.
En ella mostraba, de manera más moderada que en otras ocasiones, su opinión sobre la industria norteamericana del cómic de superhéroes y reflexionaba, al preguntarle sobre Ciudad de cristal, en torno a la naturaleza y características de este medio.
Es interesante comprobar cómo su punto de vista coincide con el de Paul Karasik, dibujante y profesor como él, con quien compartió la adaptación de la novela de Paul Auster.
Por su interés y vigencia, pese a los más de diez años transcurridos, traduzco a continuación parte de la entrevista.

Nos parece que es más conocido en Francia como autor independiente que como ilustrador de series como Daredevil o Batman. ¿Es igual en Estados Unidos?
Hay muchos fans de los superhéroes en América -y en todas partes- que no saben que he hecho otros cómics después de Batman. Esas personas piensan que no soy más que un ilustrador de Daredevil o Batman, que, por determinadas razones, he dejado de dibujar. Después hay personas, cuyo conocimiento de los cómics es más profundo, que se interesan sobre todo por cosas más alternativas. Piensan en mí como alguien que comenzó con trabajos para el gran público para orientarse después hacia una visión más personal de los cómics. Pero, en la mayor parte de los casos, no representan más que un pequeño grupo. Otras personas no me conocen más que por mis trabajos de ilustración en The New Yorker, y quizá también por la adaptación del libro de Paul Auster Ciudad de cristal. En definitiva, depende de a quién le haga la pregunta.
Durante los años 80, Frank Miller fue la figura emblemática de la renovación del cómic. ¿Ha colaborado más con él, su trabajo le ha influido mucho?
He colaborado dos veces con Frank Miller. Primero en varios episodios de Daredevil, después en Batman. Los primeros trabajos de Frank en Daredevil son parte de lo que me animó a hacer cómics de superhéroes. Nuestra colaboración fue excelente, aprendí mucho. Como en todas las buenas colaboraciones, cada uno debe aprender algo del otro. Pero decir que ese trabajo influyó directamente en lo que hago hoy es como decir que el mal tiempo te incita a no salir. Aprendí muchas cosas trabajando en la industria del cómic que puedo utilizar de una manera u otra ahora, a pesar de que mi trabajo actual no tiene ninguna relación con esa industria. Cuando se trabaja, mes tras mes, en cómics de superhéroes, se desarrollan hábitos de los que hay que deshacerse para poder encontrar nuevas direcciones.
¿Esos trabajos le permitieron hacerse un nombre?
“Hacerse un nombre” es una expresión curiosa cuando se habla de cómics americanos. Pero en el pequeño mundo de las personas que leen cómics, mi nombre era lo bastante popular desde 1991 (tres años después de la aparición de Batman: Year One) como para poder atraer lectores hacia mi revista Rubber Blanket, a pesar de que no tenía nada que ver con lo que había hecho antes. Además, convertirse en popular en la industria del cómic no quiere decir obligatoriamente que se sea reconocido fuera de ese sistema, a menos que alguien quiera hacer una película de tus trabajos. Fuera de este mundo, nadie tiene por qué saber quién escribe o dibuja las historias de superhéroes. Pero ciertos trabajos, más alternativos o personales, pueden tener éxito entre quienes no leen cómics; directores artísticos que nunca han leído un episodio de X-men pueden ofrecer a artistas como Jaime Hernández, Charles Burns, Dan Clowes o yo encargos de ilustración o cómic muy interesantes. Evidentemente, la gente conoce más estos trabajos de encargo que nuestro verdadero trabajo.
¿Cómo llegó a colaborar en la adaptación al cómic del libro de Paul Auster Ciudad de cristal?
Art Spielgeman me preguntó si me gustaría participar en el proyecto Neon Lit y sugirió el libro de Auster. Más tarde, Paul Karasik comenzó a colaborar en el proyecto. Nos reunimos con Paul Auster al principio y a mitad de nuestro trabajo, pero la mayor parte del tiempo Paul Karasik y yo realizamos la adaptación solos.
El estilo gráfico de esta adaptación es muy sobrio, tanto que, a menudo, los dibujos parecer ceder el protagonismo a la narración. ¿Piensa que las imágenes deben ser leídas, más que miradas?
El propio lenguaje y tono del libro es muy sobrio, por lo que creo que el lenguaje gráfico de la adaptación es adecuado. No estoy de acuerdo con ustedes cuando dicen que los dibujos ceden su lugar a la narración. Desde el principio, éramos muy conscientes de que las palabras y las imágenes debían ser inseparables. Si parece que la narración se impone a las imágenes es porque debíamos traducir un lenguaje verbal conciso, sin ningún componente visual. Para nosotros, el desafío era encontrar metáforas visuales que pudiesen reemplazar o aumentar el texto original. Un cómic existe sobre una página en secuencia, está más cerca de la literatura que, por ejemplo, una película. Las palabras se convierten en imágenes, las imágenes deben ser leídas. En los mejores cómics no hay nada decorativo o gratuito. Cada palabra, cada signo, cada dibujo sirve a la función narrativa, sea cual sea la forma que deba tomar la narración. La interacción entre las palabras y las imágenes da al cómic propiedades únicas.
¿Qué pensó Paul Auster de su adaptación?
Por lo que sé, Auster está contento. Sin embargo, los cómics no le interesan demasiado. Estaba de acuerdo con el proyecto porque confiaba en Art Spiegelman, y Art confiaba en nosotros, en Paul Karasik y en mí.

5 de enero de 2014

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde

Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide (1886)
Santillana Ediciones Generales S.L., 2009 


Esta novela corta es más conocida por sus adaptaciones y revisiones que por la lectura del texto original. Y es una pena, porque si bien los nueve primeros capítulos respetan la estructura y convenciones propias de la novela anglosajona del siglo XIX y del género de terror gótico, el último da una nueva dimensión al relato. Además de completar la historia dando voz a su protagonista, introduce una reflexión sobre la naturaleza humana que puede encontrarse en otros textos de origen muy distinto: ¿quién(es) somos?, ¿cómo llegamos a serlo?, ¿podemos controlarlo?

Por ejemplo, al leer esto:
... me arriesgo a barruntar que acabará por descubrirse que el hombre es una simple comunidad organizada de personalidades independientes, contradictorias y variadas.
recuerdo a David Hume (Tratado de la naturaleza humana, 1739) advirtiéndonos de que no existe una identidad única:
... el yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a lo que se supone que nuestras distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa impresión deberá seguir siendo invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable.
o, en resumen:
La identidad que adscribimos a la mente del hombre es ficticia.
Y cuando Henry Jekyll se lamenta de cómo
experimentaba yo la sensación de que el cuerpo de Edward Hyde había aumentado de estatura últimamente, como si, cuando yo adoptaba su forma, corriese por mis venas un caudal mayor de sangre; empecé a entrever el peligro de que, si aquello se prolongaba mucho, pudiese alterarse de un modo permanente el equilibrio de mi naturaleza, perderse la facultad de transformación bajo la personalidad de Edward Hyde.
parece que escucháramos de nuevo un relato tradicional:
- Dentro de mí tengo dos perros luchando. Uno es el perro del respeto, cuidado, generosidad, amor, fidelidad y buenos deseos. El otro es el perro del orgullo, odio, rabia, rigidez, maldad y frío corazón.
- Y ¿qué perro ganará?
- El que yo alimente.

El arte como mercancia

(...) nunca deploraremos bastante que parte del gran entusiasmo que parece inspirar hoy el arte no descanse sobre un sentimiento real y profundo. En una época democrática como la nuestra, los hombres aplauden aquello que es considerado lo mejor por la masa, sin atenerse a atender a su íntimo sentimiento. Se prefieren los objetos costosos a los de delicada factura, lo que está de moda a lo genuinamente bello. Al vulgo ilustrado o poco enterado le brindan un pasto más fácil de digerir las revistas ilustradas que los italianos del Renacimiento o los maestros del Ashikaga, a los que fingen admirar. El renombre del artista es para él más sustantivo que la calidad de la obra.
Kakuzo Okakura, El libro del té (1906)