10 de enero de 2012

La buena política

Toda polis digna de ese nombre, que no sea una polis solo de nombre, debe dedicarse al fin de fomentar lo bueno. Si no, una asociación política degenera en una mera alianza. [...] Si no, además, la ley se convierte en un mero pacto [...] "en la garante de los derechos de los hombres ante los demás", en vez de de ser, como debería, una norma de vida tal que haga que los miembros de la polis sean buenos y justos.
Aristóteles, Política, libro III, cap. IX [1280b] S. IV a.C.

El producto nacional bruto no tiene sitio para la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de sus juegos. No incluye la belleza de nuestra poesía o la solidez de nuestros matrimonios, la inteligencia de nuestros debates públicos o la integridad de nuestros cargos públicos. No mide ni nuestro ingenio ni nuestro valor, ni nuestra sabiduría ni nuestra cultura, ni nuestra compasión ni la devoción que sentimos por nuestro país. Lo mide todo, en pocas palabras, menos lo que hace que la vida merezca ser vivida.
Robert F. Kennedy, discurso en la Universidad de Kansas, 18 de marzo de 1968

Estas dos citas, separadas por 2400 años, aparecen en el ensayo Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?, de Michael J. Sandel (2009) y reflejan una parte fundamental de la filosofía política de su autor.

Convencido de que la reflexión crítica sobre los propios puntos de vista nos permitirá clarificar qué pensamos y por qué lo pensamos, este filósofo estadounidense expone razonadamente su propio ideario, con la esperanza de animarnos a hacer lo mismo.

Además de recorrer parte de la historia de las ideas (Aristóteles, Bentham, Mill, Kant, Rawls), propone una serie de recomendaciones para avanzar hacia lo que denomina "política del bien común", como alentar una actitud solidaria y de servicio para reducir las desigualdades o reconocer los límites morales del mercado, que no pueden definir las normas sociales.

Y es que, frente a quienes defienden que una sociedad justa debe ser neutral en el análisis de los dilemas éticos, Sandel señala algo obvio si se presta atención: cualquier debate sobre estas cuestiones está marcado por las distintas concepciones sobre la vida buena que traen consigo nuestras creencias y convicciones morales y religiosas. Es necesario, por tanto, generar una cultura que promueva el interés por otras formas de pensar y propicie debates tranquilos y respetuosos.

Igualmente, ante la absoluta capacidad para decidir libremente que da por hecha el individualismo contemporáneo, el autor reconoce la influencia decisiva de nuestros grupos de pertenencia, a través de las lealtades y solidaridad que generan. Por eso, es importante que nuestra identidad sea lo más inclusiva posible y no se base tanto en la diferencia como en el encuentro y la conciencia de un destino compartido.

A muchas personas, como reconoce el propio Sandel, les puede parecer arcaico o peligroso hablar de virtudes éticas y compromiso moral cuando se toman decisiones sobre la organización social. Sin embargo, parece la única forma de encontrar una salida convincente al callejón en el que nos mete la supuesta neutralidad defendida por utilitaristas y liberales. Eso sí, que no caigamos en el fundamientalismo dependerá de nuestra capacidades para escuchar y respetar al otro, de nuestra valentía para cuestionar nuestras propias aseveraciones.

Ojalá los políticos dedicarán sus esfuerzos a generar un diálogo verdadero, en pos de la buena vida para todos.