31 de octubre de 2010

Nombrar

Me preguntan: -En vuestro servicio, ¿cómo llamáis a la gente? ¿Usuarios, clientes...?

Respondo: -Bueno, solemos llamarles por su nombre.

En el campo de la educación y el trabajo social está presente la discusión sobre el nombre que debe "darse" a las personas con las que trabajamos.

El tema sólo tiene sentido si surge de nuestra preocupación por algo más importante: la actitud que mostramos ante estas personas, el respeto que les debemos y con el que actuamos. Se convierte en un debate estéril al alejarse de la práctica cotidiana y cuando está motivado por nuestro persistente complejo de identidad profesional. Pero ese es otro asunto: hay quienes están convencidos de que lo resolveremos cuando hayamos creado un lenguaje propio, exclusivo y excluyente. Otra cosa es que sea necesario...

Creo que utilizar una denominación u otra no asegura una conducta profesional ética. Sin embargo, y aunque pueden ponerse objeciones, me gusta más el término cliente, porque refleja algunas características a considerar en la relación de ayuda: el cliente es quien utiliza un servicio aportando algo propio -en nuestro caso, su tiempo, esfuerzo e implicación personal- y cuyas necesidades deben ser tenidas en cuenta por profesionales y organizaciones. Llama la atención, por tanto, sobre la responsabilidad de cada uno de los implicados en la intervención y el compromiso recíproco que ésta supone como relación libremente aceptada.

Además, yo intento recordar(me) siempre que es mejor llamar a las personas por su nombre.

26 de octubre de 2010

Reconocer y premiar

Premiar: 1. tr. Remunerar, galardonar con mercedes, privilegios, empleos o rentas los méritos y servicios de alguien.

Reconocer: 7. tr. Dicho de una persona: Mostrarse agradecida a otra por haber recibido un beneficio suyo.
La manera en que una empresa responde al desempeño de sus trabajadores determina qué relaciones se establecen dentro de ella: serán muy distintas si se habla únicamente de “premiar” o si existe la costumbre de reconocer.

Cuando la dirección utiliza como mecanismo de compensación sólo determinada clase de premios -subidas salariales, nuevos cargos o presencia en ámbitos de decisión- fomenta las comparaciones, favorece el nacimiento de quejas y teorías que expliquen las diferencias en la carrera profesional (entrar en la lógica del premio supone, implícitamente, castigar a quienes no son agraciados), genera un mayor nivel de competencia y la búsqueda de ventajas sobre los compañeros: reservar información e ideas, buscar canales privilegiados de comunicación con la directiva... Stephen R. Covey lo describe como "el paradigma de la carrera a las Bermudas" en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva.

Y es que los premios materiales son limitados; como recursos escasos, nunca habrá para todos y los miembros del sistema tendrán así razones para pelear por ellos y no tanto para colaborar o apoyarse. Además, se trata de un sistema insostenible: al igual que los niños pueden cansarse, al cabo de más o menos tiempo, del último regalo recibido, cualquier premio dejará de ser suficiente en algún momento, y los empleados -sobre todo los ya premiados- demandarán más.

En su lugar, atender y mostrar sensibilidad a todas las oportunidades de reconocer a los miembros de una empresa -por ejemplo, agradeciendo de manera privada y dando valor en público a las aportaciones al proyecto común- da muchas más razones para compartir avances y hallazgos, reforzando los lazos entre todos los niveles de la entidad y el sentimiento de corresponsabilidad ante un destino compartido.

Quizá debamos, por tanto, generar estructuras en las que se comuniquen más el agradecimiento y el reconocimiento del otro. También, por qué no, enriqueciendo la cultura organizacional con un sentido ético como el que desprenden los textos de Virginia Satir, o atendiendo a las caricias positivas que describe el Análisis Transaccional.