9 de marzo de 2014

El teatro de las palabras perdidas

Parece que Astiberri va a publicar con regularidad a José Carlos Fernandes. Por fin, el guionista y dibujante portugués cuenta con una editorial que respeta y cuida a sus autores. Recupero mi artículo publicado en la desaparecida revista Nabarra en marzo de 2008.

Los cómics de La peor banda del mundo, con sus historias en dos páginas y diez viñetas, como breves escenas de una obra de teatro, recuerdan a los ya desaparecidos “romances de ciego”. Durante varios siglos muchos mendigos se ganaron la vida recitando de pueblo en pueblo y de plaza en mercado breves historias en verso. A veces cantaban, y casi siempre se ayudaban de un tablero o una sábana pintada con las imágenes de lo narrado, sucesos dramáticos y sorprendentes que escondían una moraleja. Eran los parientes pobres y no reconocidos de los juglares, la clase alta del arte oral.

Algo de eso tiene José Carlos Fernandes, empeñado en cultivar una forma de expresión que, hasta hace poco, no tenía apenas interés para los críticos y la cultura dominante. Y si es paradójico que los ciegos usaran imágenes para contar sus historias, también lo es que una ciudad sin espacio ni tiempo definidos permita hablar de nuestro aquí y ahora con un cierto tono moral. Porque los hechos accesorios, irrelevantes, obsoletos y prodigiosos (palabras que aparecen en algunos títulos de sus obras) que nos cuenta son los mismos que vivimos diariamente, aunque vistos a través de una nueva mirada, que desvela sus contradicciones y sinsentido. La mirada, quizá, de Anatole Kopek, el batería del cuarteto de jazz protagonista, siempre oculta tras unas gafas oscuras.

La realidad, al fin. Un mundo -una forma de acercarse al mundo- construida con palabras. Ellas son imprescindibles en La peor banda..., esta obra de teatro hecha cómic. Así, el escenario de calles, edificios y productos adquiere nuevos e ingeniosos sentidos cuando se le da nombre, como el cruce entre las avenidas Bakunine y Tomás Morus, la Peluquería Dalila, la empresa de importación de licores Bukowsky o los pastelillos Bader Meinhoff.

Los diálogos y las palabras, más que las acciones o los gestos, definen el encuentro entre los personajes. Discuten sobre su exactitud, permanencia y uso correcto, protestan por su desaparición de los diccionarios, se conectan a los postes telefónicos para captar fragmentos inconexos de conversaciones, leen cartas que no se dirigían a ellos para soñar otras vidas; a veces, incluso, parecen atreverse a mirar directamente al lector y explicarle el porqué de su actuar. Muchos de ellos, además, están relacionados directamente con el mundo del lenguaje, como Leopoldo Nazca, un bibliotecario trasunto de Borges atormentado por su incapacidad para elegir qué libro salvaría en un hipotético incendio, o los músicos de un cuarteto de jazz que en cada ensayo tocan peor.

Además, en esta obra se esconde la poesía. Les invito, para comprobarlo, a un experimento muy sencillo, pero tan extraño como los que proponen los científicos de la Academia de Ciencias Nefelibáticas: cojan el índice de uno de los tomos de La peor banda... y transformen su lectura en un poema surrealista (El Museo Nacional de lo Accesorio y lo Irrelevante/ El lento trote de la memoria/ El triunfo de la entropía/Las preocupaciones metafísicas/El inventario de nubes/La cartografía de la angustia/El condensador de libros...).

Poco más debo decir, salvo que José Carlos demuestra en cada una de sus creaciones (Tratado de umbrografía, La última obra maestra de Aaron Slobodj) que palabras e imágenes son, en los grandes cómics, elementos que se necesitan y complementan, capaces de crear nuevos significados cuando se los une con maestría.

Descúbranlo por ustedes mismos. Que lo disfruten.