23 de septiembre de 2015

Generar nuevas formas de intervención

A los profesionales de la intervención social nos viene bien salir de nosotros mismos y de nuestra práctica diaria. Así podemos tomar conciencia de las contradicciones que nos afectan, cuestionar los modelos teóricos y organizativos en los que nos insertamos y descubrir aquellos espacios en los que podemos ejercer nuestra libertad para mejorar las intervenciones.

Las ideas de quienes se dedican a la investigación desde el compromiso con el cambio son una valiosa guía en este proceso. Así, la antropóloga norteamericana Peggy R. Sanday cita a Pierre Bourdieu para apoyar su defensa de una investigación social que mantenga “el compromiso ético con asuntos sociales críticos” (Un modelo para la etnografía de interés público, 2013):
La verdadera libertad que ofrece la sociología es darnos una pequeña oportunidad de conocer el juego al que jugamos y de minimizar los modos como somos manipulados por las fuerzas de campo en que nos desenvolvemos, así como por las fuerzas sociales incorporadas que operan desde dentro de nosotros.
P. Bourdieu y L. Wacquant, Una invitación a la sociología reflexiva (1992)

Otra antropóloga, Ariadna Ayala, es un buen ejemplo de la utilidad de la reflexión dirigida a “trabajar en favor de públicos particulares e ideales universales” y que contribuye al cambio social (Sanday, 2013). Es posible acceder a varios artículos que recogen los resultados de su trabajo etnográfico con población gitana y con el sistema socio-sanitario, formado por ong y servicios públicos, en la Comunidad de Madrid.

En ellos muestra las estrategias para la construcción de relatos de auto-presentación que facilitan el acceso a prestaciones económicas, la descripción que profesionales y usuarios hacen unos de otros y las consecuencias de los estilos de relación que establecen, o la modificación de las auto-representaciones de las mujeres gitanas a partir de la asunción de los discursos promovidos por las instituciones. La mayor parte de sus conclusiones son extrapolables más allá de este colectivo.

Ayala nos invita a los profesionales de los servicios sociales a mirar desde fuera nuestra forma de actuar y las consecuencias, tanto positivas como negativas, de las estructuras que nos integran y que reproducimos en la práctica diaria. En concreto, realiza un sano cuestionamiento de los modelos teóricos sobre la exclusión en los que suele basarse el diseño de los servicios, muestra la ausencia o indefinición de herramientas de intervención más allá de lo burocrático y nos ayuda a reconocer los conflictos que no somos capaces de resolver y que, incluso, generan las políticas sociales vigentes.

Creo que un buen punto de inicio para mejorar esta situación se encuentra en las propuestas de Esperanza Molleda, trabajadora social y psicoterapeuta, muy consciente también de las contradicciones y límites de los servicios sociales actuales. Por ejemplo, al diferenciar tres niveles de lectura -literal, de contenidos explícitos y de contenidos relacionales- en las demandas que los usuarios realizan, supera las interpretaciones que dan lugar a una respuesta mecánica (ante la petición de ayuda se tramita exclusivamente una prestación económica o un apoyo técnico) e invita a construir discursos que no estén tan viciados por las lógicas del merecimiento, donde quien solicita asistencia debe esforzarse por demostrar que es “sujeto legítimo de ser ayudado” (A. Ayala, Secretos a voces: exclusión sociales y estrategias profesionales…, 2009).

“De esta manera, la complejidad de la demanda y de la escucha se multiplica” (E. Molleda, La intervención social a partir de una demanda económica en Servicios Sociales Generales, 1999) y el profesional puede realizar una valoración múltiple -institucional y profesional, social, sistémica-familiar e individual-intrapsíquica- que orientará la intervención e individualizará las actuaciones.

19 de julio de 2015

La renta básica no es el problema

Los interrogantes con los que iniciamos el análisis de cualquier realidad social abren caminos para encontrar respuestas, pero al mismo tiempo ocultan otras posibilidades. Las preguntas que elegimos amplían y limitan, dan y quitan mientras orientan nuestra búsqueda de soluciones.

El punto de vista que asumimos, el paisaje que somos capaces de incluir en la foto de partida, determinará también en qué territorios encontraremos la meta. Por eso, aunque hay problemas para los que conviene utilizar un gran angular y otros que requieren el zum más detallado, conviene mirar de vez en cuando por encima de la cámara para asegurarnos de no perder la perspectiva complementaria.

La forma en que algunos discursos públicos se refieren a la renta básica -ahora en Navarra, renta de inclusión social- es un ejemplo claro de cómo fijar la atención en lo accesorio, siguiendo las premisas de determinadas ideologías, impide descubrir las cuestiones realmente importantes.

Al advertir del cada vez mayor coste que implica, se ignora que supondrá solo un 2’1 % del presupuesto general para 2015 en Navarra (el 1’4 % en 2014, cuando las condiciones de concesión eran más restrictivas). Es un gasto significativo, pero también la única o principal fuente de ingresos estables para muchas personas y familias (el 4’2 % de la población en 2014), que facilita su subsistencia en épocas en las que necesitan más apoyo. Además, está asegurado el retorno de ese dinero a la economía foral, ya que en su mayor parte se invierte en la compra de bienes y servicios básicos (alimentación, vestido, equipamiento de la vivienda, pago de suministros). Creo que es difícil encontrar partidas que afecten más directamente al bienestar de la población.

Quien alega que desincentiva la búsqueda de empleo y de formación olvida cómo el trabajo pierde cada vez más peso como factor de inclusión y que la inestabilidad laboral, con sucesivas entradas y salidas del mercado, se convierte progresivamente en la norma para gran parte de la población; además, cada vez es más habitual el perfil del trabajador pobre en nuestro entorno (el 12'3 % en España en 2014). El empleo estable no es por sí mismo la solución para las dificultades de integración, ni una meta que pueda alcanzar gran parte de la población de nuestra sociedad posindustrial. También es discutible el mantra que señala a la formación y, más recientemente, al emprendimiento como soluciones mágicas para cualquier persona en desempleo (culpabilizándolas de nuevo: “si no trabajas, es que no te has esforzado en formarte; si tu negocio no triunfa, es porque no sabes hacer las cosas bien… Así que, ¿quién va a querer contratarte?”).

Debemos preguntarnos si lo que percibimos en algunas personas (advirtiendo, además, que los discursos en contra de la renta básica toman la parte por el todo) como falta de motivación no es el resultado de la carencia de apoyos y oportunidades, de desigualdades vividas desde el nacimiento o de la ansiedad ante la continua incertidumbre que genera un modelo económico cada día más exclusor, que acaban asentando sentimientos de indefensión y generan procesos de toma de decisiones basados únicamente en el corto plazo.

Cuando escucho a profesionales de la intervención social defender los argumentos en contra de la renta básica, pienso que sería bueno buscar parte de la responsabilidad en nosotros mismos. Quizá no tenemos la habilidad suficiente para facilitar cambios en algunas de las personas con las que intervenimos. Tal vez las estructuras y servicios, demasiado rígidos o limitados, no se adaptan a sus necesidades. Puede que planteemos objetivos inalcanzables porque se nos presiona para encajar a todos los usuarios en el molde de la norma social (y cuando se fuerza demasiado a alguien, sin tener en cuenta quién y como es, lo normal es que se resista o se enfrente). A lo mejor hemos contribuido a generar un sistema en el que atendemos con más o menos rapidez demandas económicas pero no damos la misma respuesta a las necesidades personales y emocionales de quienes piden ayuda; por tanto, les hemos enseñado a demandar dinero o prestaciones tangibles de la forma más efectiva posible, pero sin dar ningún motivo para que compartan sus dificultades reales con nosotros o acepten participar en un proceso de acompañamiento profesional que implique cambios vitales.

Porque este es el verdadero problema: no hay demasiada renta básica, sino pocos recursos de apoyo personal que la complementen y alternativas, adaptadas en intensidad y estrategias a las muy distintas realidades de las personas atendidas, que les permitan (re)encontrar un espacio de participación social propio. Y sería bueno que en su diseño se tuviera en cuenta que quienes más dificultades tienen son quienes necesitan más tiempo y recursos de mayor calidad.

Otro argumento muy escuchado es: ¿y el fraude? ¿Acaso no hay perceptores de renta básica que engañan? Sí, claro; pero su existencia, como en el resto de prestaciones y estructuras sociales -sanidad, vivienda pública, contratos, etc.- no es un motivo para deslegitimarla, sino para actuar en dos vías: establecimiento de controles y, nuevamente, búsqueda de alternativas de apoyo para las personas afectadas.

Por último, sería bueno recordar con frecuencia el beneficio que para toda la sociedad supone contribuir a apoyar a las personas con más dificultades. La solidaridad y la confianza generan solidaridad y confianza; disponer de estructuras que defienden la ética del apoyo mutuo configura una convivencia más positiva para cualquier de sus miembros.

17 de junio de 2015

Las cosas que pensamos y no decimos

Hace pocos días descubrí por azar que Cameron Crowe, el guionista y director de Jerry Maguire, había escrito el informe completo que el personaje principal de la película, un asesor de deportistas, redacta y comparte con todos los empleados de la empresa donde trabaja.
El texto, titulado The things we think and do not say, es muy interesante, o al menos me lo parece en este momento de mi vida profesional (la traducción de los siguientes fragmentos es bastante libre, pero mantiene el sentido original):
¿Cómo podemos hacer algo sorprendente e inolvidable con nuestras vidas? ¿Cómo podemos lograr, a través de cosas pequeñas pero significativas, que este trabajo represente mejor lo que somos? (...) Se trata de algo más importante que nuestro trabajo; se trata de nosotros.

Propongo que volvamos a crear lo que somos. Ahora estamos en lo más alto. Tradicionalmente, la gente hace una cosa cuando ha logrado el éxito: intenta con todas sus fuerzas repetir lo que le llevó a ese punto. Su camino personal y su inspiración original (lo que estaba en el corazón de todo eso) se han perdido mientras intentaban que la máquina de hacer dinero siguiera funcionando sin problemas, escupiendo una fortuna de nuevos billetes verdes (...) Al intentar repetir el ciclo, olvidan el brillo original de la pasión que les llevó hasta ahí.
Históricamente, nadie con éxito se detiene a pensar que puede caer, como hicieron tantos otros. El ciclo completo del éxito destruye precisamente aquello que lo produjo: pone persianas en las ventanas que dan a la realidad. Nos hace olvidar que el dinero procede de algo puro, del deseo de hacer el bien y contribuir a que la vida mejore, no solo del interés por hacer las cosas de manera correcta para lograr la seguridad económica.

La respuesta es menos clientes. Menos baile. Más verdad. Hay que abrir el puño cerrado del mercado y girar un poco la mano hacia un bien mayor (...) Al final, más pequeño se convertirá en más grande en todos los sentidos, y en especial en nuestros corazones.
Olvídate del baile.
Céntrate.
Conoce a esas personas. Lo que son es la base de tu trabajo. Eso es lo que importa (...) La gente siempre responde mejor a la atención personal; esa es la verdad más simple y a la vez más fácil de olvidar.

Seamos honestos con nosotros mismos.
Seamos honestos con ellos.

Por las noches, es fácil olvidar el compromiso social. De repente, el deseo de sobrevivir oscurece nuestra búsqueda de maneras de devolver a la comunidad lo que nos ha dado.

Ese cosquilleo, la vocecilla interior, es siempre la voz de lo correcto. El ruido y el caos de nuestras vidas determinan lo que somos capaces de escuchar.

Quizá pueda parecer un discurso cándido, o utópico, o incluso falso procediendo de la gran industria del entretenimiento, una muestra más del buenismo facilón que tanto éxito tiene entre los consumidores. Sin embargo, más allá del argumentum ad hominem, algo tiene... aunque no sea fácil llevarlo a la práctica.