5 de agosto de 2019

Turistas

Vivo en el Casco Viejo de Pamplona desde hace casi diez años. Aquí, en menos de un kilómetro cuadrado se concentran 222 establecimientos de hostelería (uno por cada 51 habitantes) y más de 1800 plazas de alojamiento turístico (una por cada seis residentes).
En mi edificio, nueve de las once viviendas están ocupadas por apartamentos turísticos. Periódicamente atraen a grupos que, alentados por la falta de vigilancia, aprovechan para celebrar fiestas sin control, donde lo normal puede ser esparcir basura en el patio interior, vaciar extintores y convertir las zonas comunes en lugares para gritar, tumbarse o defecar. Lo que era un hogar seguro se ha convertido en un espacio donde quejarse por la conducta de los visitantes implica represalias: el buzón roto, una jamba de la puerta arrancada.
Además, el bar situado en el bajo intenta apropiarse, con sus mesas y toldo, de toda la fachada, incluyendo el acceso al portal, que convierten de hecho en parte de su terraza. Las autoridades municipales consideran que no deben hacer nada, a pesar de reconocer que concedieron la licencia saltándose su propia normativa. ¿Es ahora cuando se puede añadir el adjetivo "kafkiano"?

Ante tal realidad, no es extraño que esté especialmente sensibilizado contra la turistificación de las ciudades y un modelo de ocio basado exclusivamente en el consumo. Como a las administraciones públicas adoradoras del PIB como medida de todas las cosas el problema les importa poco, la situación es más complicada cada año.
Los problemas se agravan en Sanfermines, espacio para el todo vale. Por eso, intento no estar en la ciudad durante el mayor número posible de días. Junto a mi familia, huyo del barrio... y me convierto en un turista más, cómplice de la sobreexplotación, pérdida de identidad y uniformización de las ciudades. Ejerzo durante una semana de súbdito de una sociedad de mercado que instrumentaliza lo que deberían ser espacios para convivir.

Esta vez hemos ido a Polonia, nuestro primer viaje más allá del sol y la playa. Allí, he intentado generar el menor impacto negativo posible -o quizá solo quería establecer diferencias con la mayoría que me permitiesen autojustificarme y redujeran el sentimiento de culpabilidad-. He paseado sin objetivo definido y muy temprano, cuando las calles aún no habían sido invadidas por el resto de turistas. He visitando museos y pequeñas iglesias vacías. Nos hemos movido a pie o en transporte público. Hemos comprado en comercios locales. Sobre todo, hemos sido respetuosos con sus habitantes.
Sin embargo, en muchos momentos me he visto formando parte de las mismas olas de extraños, cenando en uno de los múltiples locales que aprisionan la Plaza del Mercado de Cracovia -un lugar que, por respeto a su historia, debería estar libre del circo de restaurantes que invaden sus cuatro lados- u ocupando el centro de Varsovia. Me inquietaba pensar en las personas que han visto trastocadas sus vidas por un turismo que no les genera beneficios, que destruye y es insostenible. En nuestra huida de un barrio inhabitable -lleno de sudor, orines, basura y ruido- les hemos trasladado una pequeña parte de esa incomodidad.

Es una batalla perdida. La sociedad del ocio como negocio ha encontrado un filón en el turismo de consumo que anestesia nuestras insatisfacciones, convierte viajar en una "necesidad" y nos impulsa a ahorrar para poder pagar las fotos que luciremos con orgullo al volver. Dudo de que sea suficiente con intentar poner en práctica buenos hábitos al viajar.

Posdata: ¿Por qué no ponemos en venta nuestro actual piso? Porque nadie en su sano juicio está dispuesto a trasladarse a un edificio ocupado en un 82% por turistas. Paradójicamente, en este barrio la especulación ha hecho que se disparen los precios de compra y alquiler. Las viviendas ya no son lugares para vivir, sino meras oportunidades de inversión.
Entonces, ¿por qué no nos trasladamos a otra zona de la ciudad? Es sencillo: no queremos sentirnos expulsados, ni obligados a cambiar hábitos por la presión de quienes se están beneficiando al convertir el barrio en un parque temático.

Posdata 2: Descubrí demasiado tarde la Cracovia de Wislawa Szymborska. Solo de casualidad encontré en la calle Radziwillowska la placa que recuerda donde vivió durante casi dos décadas. Me hubiese gustado sentarme en la cafetería Nowa Prowincja, algo así como el Café Gijón polaco...

Posdata 3: Para reflexionar sobre la naturaleza e impacto del turismo, conviene leer webs alejadas del mayoritario discurso complaciente. Entre mis favoritas están Turismografías, la Plataforma de Donostiarras preocupadas por el modelo de turismo, el Colectivo - Asamblea contra la Turistización de Sevilla, la Assemblea de Barris per un Turisme Sostenible y el Grupo de Estudios Antropológicos La Corrala.

1 comentario:

  1. Excelente y ponderado artículo. Completamente de acuerdo con la opiniones vertidas. Muchas gracias.

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