22 de octubre de 2019

Yo, Daniel Blake

Ken Loach. Yo, Daniel Blake (2016)

Ken Loach sitúa el origen de esta película en la investigación que su guionista habitual, Paul Laverty, realizó sobre el sistema de protección social británico. La historia de Daniel y Katie se basa en algunos de los testimonios escuchados a personas usuarias y beneficiarias de los servicios de empleo y de las prestaciones económicas públicas. El director señala que descartaron las historias más duras, para que un excesivo dramatismo no fuese en contra de la claridad del mensaje.

La escena más reconocible de la película muestra cómo su protagonista realiza una pintada en la fachada del Jobcentre Plus donde es atendido. Creo que el significado profundo de este hecho se capta solo cuando se relaciona con los momentos anteriores y siguientes, sus causas y consecuencias inmediatas. Sin eso, queda en una anécdota efectista, adecuada para un tráiler  publicitario pero no para la reflexión que intenta generar.

El protagonista, Daniel Blake, muestra hasta poco antes mucho confianza en su capacidad para luchar y resistir, para encontrar soluciones incluso frente a un entorno que no controla. Sin embargo, vive tres episodios consecutivos que destruyen sus esperanzas: la incomprensión de un posible empleador, que no comprende cómo rechaza el puesto de trabajo que parecía estar buscando; el daño psicológico que generan el maltrato institucional y la penuria económica en Katie, obligada a convertirse en un objeto de consumo y a rechazar cualquier vínculo afectivo; los continuos reproches, amenazas y actitud agresiva de la rígida orientadora laboral que le han asignado.


Ante esos hechos, Daniel, veterano carpintero con problemas de corazón, claudica, se da por vencido. En su caso, el acto de protesta y rebelión, el exigir ser tratado con dignidad por el sistema, surge del reconocimiento de la derrota. Y, tan poderoso como injusto, el modelo económico convierte su lamento en un espectáculo público, una diversión momentánea. Una vez pasado el júbilo inicial, no hay consecuencias, ni tan siquiera una pequeña sanción. Aún más amargo es constatar que la policía le trata con mucha más comprensión y cuidado que el sistema de (supuesta) protección: él no es visto como un peligro para la seguridad pública, pero sí se le considera como un posible defraudador, un aprovechado, un vago, susceptible de ser expulsado de entre los merecedores de los bienes que reparte el orden establecido. Es tan solo un payaso irrelevante que ha tenido un minuto de fama, tras el cual no queda rastro.

Somos seres sociales y, de forma inevitable, la mirada de los demás sobre nosotros transforma nuestro autoconcepto. Daniel deja de verse como un miembro reconocido de la sociedad y descubre que está cayendo en la misma situación de invisibilidad que otras personas a las que ha comenzado a mirar gracias a Katie. Vacío por dentro, intenta desaparecer físicamente, encerrado en un piso también sin objetos. De ahí lo rescatarán tanto la solidaridad desinteresada entre iguales como instituciones centradas en defender los derechos de las personas tratadas injustamente por el sistema.


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